y llorar...

Anduvo toda la mañana y cuando, mientras en cualquier hogar se servía el almuerzo en aquel instante, y ella vio que estaba lo bastante lejos como para tropezar con alguien conocido se sentó, encogió las piernas en aquel banco de un parque vacío, se desprendió de la careta y aflojó un poco el nudo que tenía en la garganta y por primera vez en mucho tiempo, en meses de hecho, se liberó de parte de aquella carga. Lloró y no se molestó en secar apresuradamente las lágrimas que asomaban tímidas para luego correr a toda velocidad por sus mejillas, al fin las dejó correr.
Resultaba tan intenso el dolor, tan angustioso cargarlo día a día y cubrirlo con la careta que las lágrimas que llegaban a las comisuras de sus labios y se escurrían entre ellos no tenían otro sabor que el de la amargura, la amargura de la tristeza, la amargura de la soledad. Y es que, aunque a veces pasease entre la multitud, no tenía nada, no tenía a nadie. Ese vacío interno, esa soledad, ese dolor que tapaba día a día con la careta eran sus únicas posesiones.
Estaba agotada, no física sino psicológicamente. Aquella mañana se había levantado de la cama dispuesta a fingir como cada día pero no podía más... el cansancio hacía mella en ella, en todo su ser. Ya no tenía fuerzas para afrontar todo lo que aun tenía encima, todas esas cosas que meses atrás se dijo a sí misma que algún día quedarían olvidadas pero que todavía se resistían a marcharse de su vida y lejos de eso lo que hacían era causarle más y más angustia. Incluso empezaba a acostumbrarse a vivir llena de dolor, pero la costumbre no hace que ningún dolor sea menos doloroso, valga la redundancia.
Por eso, aquel día y con todas sus fuerzas mermadas se había permitido llorar. Y así lo hizo durante un largo rato hasta que empezó a sentir tantas punzadas en las sienes que convino que necesitaba parar porque aunque aun estuviera llena de dolor y sus lágrimas solo portasen amargura, nada iba a hacer que todo lo pasado se borrara de repente pues hacía falta mucho más tiempo para sacar al menos el diez por ciento de la carga que albergaba en su interior.
Así pues, después del largo rato llorando, se enjugó las lágrimas y volvió a ponerse la careta; no obstante, y por si alguien le preguntaba, guardó los sentimientos en su interior, cerró la cremallera de sus labios para no revelarlos y lanzó la llave al mar. Al fin y al cabo ella también pensaba que el show debía continuar.

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