Hablando de sentimientos

Hay momentos en que el diccionario a penas funciona salvo como sujetapapeles quizás, y todo porque no existen adjetivos, ni adverbios, ni ninguna palabra de la "a" a la "z" que explique un sentimiento.

Había pasado algo, ella no sabía explicar qué… El caso fue que lo miró y el tiempo se detuvo. De las puntas de sus dedos nació un escalofrío que recorrió todo su cuerpo y de sus labios brotó una sonrisa impregnada de esperanza… No tenía ni idea de lo que significaba eso, de lo que sentía ni de la palabra que definía el momento, pero era algo especial, muy especial.

Cosas de Clara

-Vete a la mierda.
-Si vienes conmigo vamos a donde tú quieras.
-Que me olvides, no quiero que vengas conmigo a ningún sitio.
-Ya te olvidaré cuando deje de quererte.
-¿Que me quieres? ¡Ja!
-Sí, y lo sabes. ¿Por qué no te atreves a quererme (te) tú?
-Me voy a dormir, estoy cansada.
-No hace falta que respondas, no. Pero mañana si te decides a SENTIR, quiéreme (te) si te atreves.

Y se marchó, una vez más le huyó al amor… o a la vida en sí… y en aquellas lágrimas de despedida que se enjugó con rapidez se transparentó un sentimiento que no era amistad, ni cariño. Era algo mucho más grande, era el amor al que le huía. Una muestra visible de sus sentimientos… esos que se escurrían por sus mejillas y morirían en sus labios, labios que quedaban mudos de tristeza.

sueños...

Estábamos tan cerquita que a nuestros labios solo los separaban unas décimas de segundo y un beso tímido que no se decidía a coger forma y se escondía entre las comisuras de los labios, los tuyos y los míos. Cerré los ojos fuerte, para ver si al abrirlos te habías esfumado… uno, dos y… ¡voilá! Cuando abrí los ojos ya no estabas. Otro sueño que guardar bajo la almohada.

Clara

Clara era una chica de todo menos clara, siempre llevaba máscara porque creía tener rasgos delatadores. Había días que se colocaba la sonrisa con alfileres, días que borraba la preocupación y se calzaba la seguridad, días en los que perdía la máscara y sólo parecía una caricatura de lo que en realidad era. Esos días “pobre Clara”, pensaban todos, cuando al perder la máscara se quedaba tan desnuda como una traficante de sexo en plena noche de caricias fingidas. Era tan insegura… que era capaz de decir “te odio” a quien más amaba, simplemente porque no soportaba ser clara. Aunque lo que ella realmente deseaba era amar y no odiar; ella quería contar los lunares de su espalda, acariciar sus manos, mirar sus ojos y besarle con la mirada, coleccionar canciones dedicadas y regalar silencios cómplices que griten “¡te quiero!”...

...

-¡Estoy harto de que me mientas! ¿Por qué no me contaste que tenías problemas?
-No encontré nunca el momento.
-¿Pero no te das cuenta? Te lo tragas todo tú sola, sin pedir ayuda a nadie. Te pregunté más de una vez si estabas bien y siempre contestabas que sí y sonreías. ¿Cuántas veces me has mentido?
-Lo siento… tienes motivos para estar enfadado pero no quería hacerte participe de mis problemas.
-Siempre lo arreglas todo igual, crees que siempre después de disculparte vendrá el beso y se arreglará todo y luego… ¿otra mentira, como la mitad de lo que dices?
-No, no viene el beso, se que estás cansado y lo entiendo… incluso encontraría lógico que te dieras la vuelta y te marcharas… aun así voy a decirte dos cosas, te quiero pero no te necesito. Tú decides cual de las dos es mentira…

Muñeca de trapo

¿Dónde quedaron las miradas de enamorados, aquellas que se dedicaban día y noche, con la vista fija en las pupilas del otro, mientras la sonrisa de atontados se instalaba en sus labios? La pequeña muñeca de trapo se había ido desbaratando por las costuras y tenía tantos remiendos a causa de amores fracasados que sabía con certeza que, una vez más, aquella ausencia de miradas era irrevocable. No quedaba nada del amor que un día la unió al que ella creía que sería su amor definitivo, ya no quedaba nada. La frágil muñequita de trapo tenía otra rasgadura más en su corazón ya de por sí hecho jirones, en él sólo le quedaban las lágrimas furtivas que un día penetraron en su órgano vital, y en los labios sólo el carmín intacto que él nunca volvería a saborear junto a la sonrisa gastada y los “te quiero” costumbristas que algún día terminarían de desaparecer. Pobre muñeca, ella que siempre creyó en los príncipes azules de los cuentos, una vez más se veía obligada a aceptar que su príncipe desteñía. ¿Qué iba a hacer, cuando, por enésima vez, todos sus sueños se reducían a cenizas? Pobre muñeca de trapo que lo dejó todo para vagar por las calles de cualquier ciudad; la tuya, la mía, buscando a otro príncipe azul. Pobre muñeca, que después de todo seguía pensando que lo necesitaba para dar sentido a su vida. Y todo porque nunca le contaron que hasta el mejor de los príncipes azules se puede convertir en sapo y la más frágil de las princesas (o muñecas de trapo) puede vivir feliz y comer perdices sola.


Ey, ¡tú!, muñequita, hazme caso, no se necesita a ningún príncipe para vivir y las perdices tampoco son nada del otro mundo (por si me sueltas la excusa de que tú también querías comerlas acompañada de tu príncipe).

¿no te das cuenta, idiota?




Contigo se me acaban las palabras, me quedo muda sin saber qué decir. Revoloteas en mi mente como mariposas alegres en primavera, te imagino cubriendo mi cintura con tus besos y recuerdo tu mirada a cada instante para sentirte cerca… ¿No te das cuenta, idiota? Que la ilusión se me evapora cuando te escurres con las palabras de despedida. ¿Cómo quieres que te lo diga? Estás totalmente ciego…

Hoy, durante la madrugada, he movido un poquito hacia atrás las manecillas del reloj, porque no puedo detener el tiempo pero si robarle unos segunditos (aunque sea de mentira) para seguir soñándote en silencio antes de que llegue el amanecer, en la oscuridad de la noche… ¿No lo has oído? Estaba tan contento mi corazón por retenerte un poco más que se oía más el “pumpun, pumpum…” que el “tic, tac, tic, tac”.

...

Hace días volví a recordarte, después de tanto tiempo… Llamé a un amigo “principito” y no pude evitar que tu imagen irrumpiera en mi cabeza. Entonces busqué el libro en el que dormía ya eternamente la flor marchita que me regalaste hace tanto… “Una flor para otra flor” dijiste, y no pude evitar sonrojarme. Agaché la cabeza para que no lo vieras pero, con aquel cariño que siempre me profesaban tus manos, me cogiste de la barbilla suavemente y me besaste, nuestro primer beso, el único. ¿Cuánto duró? uno, dos, cinco minutos… creí quedarme sin respiración en algún momento pero me gustaba tanto sentir aquel beso que de tus labios bebía vida. “¡Menos mal!” pensé yo, que habías cerrado los ojos y así no veías la lágrima que corría por una de mis mejillas, aun sonrojada. Lástima que esa fuera la única lágrima de felicidad que derramaría por ti, lástima, con todas las que derramé… Y hoy, ya cansada de recuerdos absurdos, he tirado la flor en un jardín que hay junto a mi casa. Un jardín repleto de amapolas que veo desde mi ventana donde, desde hace un ratito, desentona ese lirio blanco que ahora solo representa un puñado de recuerdos marchitos que se esfumarán poco a poco, quizás hoy no, ni mañana, pero sí pronto.