Lucía, se llamaba Lucía y tenía miedo.
Miedo a perder su libertad decía, miedo a sentirse atada, miedo a que todo saliera mal. Realmente, aunque decía eso, Lucía sabía la verdad. Tenía miedo a enamorarse, a querer con las entrañas y no ser correspondida. Tenía miedo a sufrir por su indiferencia. Intentaba convencerse de que a penas lo conocía, de que no entendía lo que pasaba, de que el mundo de los sentimientos es raro y que simplemente lo echaba un poquitiiiiiiito de menos porque llevaba más de una semana sin verle y le caía bien. Pero también le caía muy bien el chico de la librería y a él no lo echaba de menos nunca aunque pasara siglos sin verle.
Siempre se sentía atraída por los chicos raros y este lo era, vaya si lo era… claro que nadie es normal y lo de “raro” puede ser bastante relativo. Lo malo que tenía este raro es que estaba muy cerca. Si hubiera sido uno de por ahí no pasaba nada, lo tenía lejos y no había peligro de enñoñamiento (discúlpenla por hacerme inventar palabras, ella no cree en eso de enamorarse), pero éste estaba cerca…tanto, tanto que podía oír su respiración y le intimidaba su mirada. ¡Ella sintiéndose intimidada! ¡Y encima después de haberse jurado no volver a enñoñarse! Eso le pasó por escupir para arriba…
En fin, si Lucía pillara a Cupido le caería una buena… y eso que él no tiene la culpa, que estas cosas son inevitables… ya lo dijo Ingrid Bergman en Casablanca… “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”.
[Creía que el de anoche sería el último post del año... pero no!
así que repito lo de ayer... FELIZ 2011!]