y al fin, la libertad.

Triste y desamparada, sentía que su vida estaba vacía. Ya no tenía amigos, ya no le quedaba nada. Alguna vez llegó a pensar que era feliz pero todo eso fue mentira, no eran más que resquicios de sueños de los que había tardado en despertar después de levantarse. Los sueños no se cumplían, sin embargo a veces parecía que una vez despierta se prolongaban, hasta que tarde o temprano se daba cuenta de que aquello no era real.
Aquella mañana se levantó desanimada, como de costumbre y nada más despertar la voz de su interior le hablo. Esa voz le hizo repetir cosas que no quería oír. Se dijo a sí misma que no podía escucharla, sin embargo un minuto más tarde repitió:
-Triste y vacía, así es mi vida. ¿Para qué vivir así?
Miró a su alrededor y no había nada que le hiciera sentir que ella formaba parte de aquel mundo. No había nada que le recordara alguna razón para vivir. Totalmente desganada salió de casa, ni tan siquiera desayunó, se limito a vestirse para irse a trabajar. Mientras bajaba las escaleras, pensamientos destructivos inundaron su cabeza y al llegar a la entrada del edificio se dijo a sí misma que aquellos pensamientos no tenían fundamento. Llegó al trabajo temprano, aún no había nadie en la oficina. Se sentó en su escritorio y empezó a ordenar papeles. Y los pensamientos volvieron… ¿cómo podía apartarlos de su mente?. Siguió ordenando papeles hasta que llegó su jefe y le dijo:
-¿Qué hace aquí Maria?
-¿Disculpe señor?
-Está de vacaciones, a partir de hoy y hasta dentro d 2 semanas. ¿No se va de vacaciones? ¿No hay ningún sitio que tenga ganas de visitar?
-Sí claro, (el cielo no estaría mal)-pensó para sus adentros.
Lo había olvidado, no recordó esa fecha que cualquier otro mortal difícilmente olvidaría. Ella era un caso aislado. Salió de la oficina y lentamente volvió andando a casa y frente al portal pensó que no tenía nada que le hiciera subir. No tenía que preparar almuerzo para un compañero, ni siquiera tenía padres a los que ir a visitar. Se dio la vuelta y anduvo hasta el parque, una vez allí se sentó a mirar a los niños que pasaban esas mañanas de verano jugando entre toboganes y columpios. Abstraída en sus pensamientos no se dio cuenta de la pelota que había golpeado en sus piernas hasta que un niño se acercó y le pidió disculpas:
-Lo siento señorita, se me escapó la pelota.
-No te preocupes- fue lo único que se le ocurrió decir. No había sentido el golpe, era tanto el dolor que sentía, era tan grande el vacío y la soledad que tenía adentro que ya no sentía su cuerpo. Quería volar, ser una mariposa. Ser ligera y poder volar, volar muy alto y llegar al cielo. Decidida a olvidarse de todo se levantó del banco y caminó calle abajo hasta llegar al semáforo de un cruce que estaba muy concurrido. Al llegar, los peatones se disponían a cruzar, entonces esperó a que el semáforo cambiara. Empezaron a circular los coches, de repente decidió dejar de sufrir y se lanzó a la carretera. No sintió nada salvo que unos minutos después del impacto por fin volaba. Volaba muy alto cuan mariposa libre…y en ese momento descubrió que su sufrimiento había terminado…ahora era libre.


*este texto lo escribí hace muchísimo tiempo pero como me he acordado de él lo pongo aquí. =)

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