Bienvenido a la verdadera felicidad.

Hace un tiempo estaba mal, muy mal. Muchas veces me sentí perdida, sola, sin ganas ni motivos para seguir adelante. Muchas veces convertí a mi cuerpo en esclavo de mi razón. Controlé mis reacciones, me volví fría y calculadora, todas mis miradas, gestos y sonrisas estaban programados. Cada pestañeo tenía su función, esconder lágrimas, esquivar miradas… Desafié a mi propio carácter espontáneo y alegre, y a cada indicio de “sentimientos profundos” lo convertí en una carcajada forzada que más tarde desaparecería del mapa de mis sentimientos. Durante mucho tiempo confundí mi obsesión a controlarlo todo con la felicidad, creí que para ser feliz solo necesitaba un poco más de control cada día. Y ahora, después de años intentando ser perfecta, intentando engañar a los demás y engañarme a mí misma… Ahora, al descubrir que por mucho que lo intente soy una perfecta imperfecta; hoy, descubro que la felicidad se encuentra en la libertad de ser uno mismo con todos sus pros y sus contras, que en equivocarse no está el fracaso sino la virtud de aprender. Ahora sé que la felicidad reside en aquellos que aceptan sus fallos y dan importancia a sus virtudes, que viven en medio de la realidad y no en un mundo de papel y apariencias. Porque ahora me doy cuenta de que es mejor vivir en una realidad cruda pero que nos adora, que nos hace llorar de tristeza y reír de alegría en tan sólo un segundo, que vivir en esclavitud perpetua.

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