siempre sobrevive un poquito de hielo en el fondo de la nevera...

El otro día, no sé por qué, mientras hablaba con uno de mis mejores amigos, me paré a pensar y llegué a la conclusión de que estoy en permanente hibernación sensitiva. No sé cuánto tiempo hace que no me acarician colándose por mis poros, que no me susurran ni susurro al oído… he perdido la cuenta de las veces que he lavado mi ropa sin que mi olor se haya mezclado con ningún otro y tampoco tengo noción del tiempo que ha pasado desde que miré a alguien por última vez y me respondió con un beso que me gustara de verdad. Lo curioso es que si no me parase a pensar en ello ni siquiera lo echaría de menos. Supongo que es porque mi lado concupiscible nunca ha sido escandaloso y por ende siempre he dejado para después aquello de sentir cualquier cosa que no fuera amistad… Quizá por eso a veces me siento un cubito de hielo incapaz de corresponder a quien intenta currarse otro tipo de relación y por quien yo sólo profeso amistad. No es que me niegue a sentir otra cosa, es que no estoy acostumbrada y sólo despierto cuando aparece un “diferente”, de esos de los que no calo a la primera de cambio, de los que no intentan impresionar pero lo hacen sin querer, de los que despiertan mi curiosidad por su mundo, de los que son capaces de sosegar mi carácter sin llegar a ser condescendientes. Y he ahí mi problema. Cuando te encandilas de un chico distinto que sería capaz de derretirte el hielo y hacerte añorar cada caricia, cada abrazo y cada beso resulta que es algo imposible, improbable, inviable. En el hipotético caso de que tus sentimientos fueran correspondidos probablemente el experimento saldría mal (¡valiente intento!) y cualquier día de junio él se embarcaría en un viaje sin retorno, de esos de los de “volveré, te lo prometo y después nunca volvió”, y al final lo que parecía agüita de mayo en tu corazoncito valiente se convierte en un chaparrón de “agárrate y no te menees o tendremos que evacuar”. Si no te corresponde es lo mismo pero más directo… coges el corazón y cierras por derribo, así, directamente, sin tener que pasar por la fase experimental, lo cual es más complicado por depender exclusivamente de ti mismo. Ahora, hoy, yo me encuentro en ese punto indefinido. He colgado el cartel de cerrado e intento hacer mudanza pero mi corazón se resiste y cual bailador de folclore va “dos pasos pa´lante, dos pasos pa’trás”. De hecho nunca se había resistido tanto. Por eso intento quitarle hierro al asunto cuando me siento a hablar con él, le digo que una relación que nunca existió no puede significar nada pero no hay manera. No le apetece sentir nada por cualquier otra persona, se pone en pie de guerra cuando me acerco a otro chico, hace que me retumbe su nombre en la cabeza y su cuela en mi boca haciendo que me palpiten sus siete letras en los labios cuando tengo a otro chico a una distancia poco prudencial. Luego, cuando estoy sola le pido que sea objetivo y me ayude a pasar página, pero siempre me pide una tregua. Él también quiere hibernar, dice que no cree en los clavos que sacan a otros clavos y yo, que soy una cabezota razonable, acepto. Lo peor es que sé que me va a costar, que mi corazón permanecerá aletargado sintiendo simplemente amistad hasta que aparezca otro “diferente” que lo llene por lo menos la mitad de lo que lo llenaba el “diferente” anterior; y cuando ocurra apaga y vámonos porque se va a repetir la historia. Otra vez más. Mientras, me siento como en Laponia, inmersa en mi hibernación sensitiva y con el cartel de cerrado coronando mi corazón hermético a prueba de amigos que detestan esa palabra. Sin embargo sé que esto lo decidí yo y no me molesta en absoluto la situación… ya lo he dicho, si no me parase a pensar en ello, no echaría de menos ningún tipo de contacto sensual ni sexual porque prefiero seguir congelada que derretirme de mentira por cualquiera. Qué se le va a hacer si para actuar ya tengo las clases de interpretación.

No hay comentarios: