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Hace días volví a recordarte, después de tanto tiempo… Llamé a un amigo “principito” y no pude evitar que tu imagen irrumpiera en mi cabeza. Entonces busqué el libro en el que dormía ya eternamente la flor marchita que me regalaste hace tanto… “Una flor para otra flor” dijiste, y no pude evitar sonrojarme. Agaché la cabeza para que no lo vieras pero, con aquel cariño que siempre me profesaban tus manos, me cogiste de la barbilla suavemente y me besaste, nuestro primer beso, el único. ¿Cuánto duró? uno, dos, cinco minutos… creí quedarme sin respiración en algún momento pero me gustaba tanto sentir aquel beso que de tus labios bebía vida. “¡Menos mal!” pensé yo, que habías cerrado los ojos y así no veías la lágrima que corría por una de mis mejillas, aun sonrojada. Lástima que esa fuera la única lágrima de felicidad que derramaría por ti, lástima, con todas las que derramé… Y hoy, ya cansada de recuerdos absurdos, he tirado la flor en un jardín que hay junto a mi casa. Un jardín repleto de amapolas que veo desde mi ventana donde, desde hace un ratito, desentona ese lirio blanco que ahora solo representa un puñado de recuerdos marchitos que se esfumarán poco a poco, quizás hoy no, ni mañana, pero sí pronto.

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